jueves, julio 20, 2006

¡Con la' maaano' arriba!

Y ¡con la’ maaano’ arriba, haga una bulla! Mientras más potente, más persuasiva será de la calidad de sus dones y sus dotes: nadie podrá discutirle que, en su solitaria individualidad bulliciosa, es epítome de la identidad dominicana.

Aunque parezca un títere movido por un titiritero errático, no olvide contonearse tumultuosa, arrolladoramente. Sus habilidades pélvicas, tan sugerentes y promisorias, forman también parte esencial de su dominicanidad, de su cultura. Exhíbalas con orgullo, confíe en que habrá siempre un culturólogo dispuesto a teorizar a favor de ese rasgo definitorio que nos salva de la alienación prehispánica y eurocéntrica. La etnicidad es el Paraíso reencontrado, no lo olvide.

Huérfana de mejor útero, la dominicanidad incuba en la algarabía incesante. Diarrea decibélica que reseca aún más la esmirriada fuente neuronal de la sociedad pero que, paradójicamente, hace a sus miembros sentirse poderosos, imbatibles en la lucha contra el encuentro con el yo reflexivo. Somos bantúes, no galos, se dice con irreprimible gozo.

También somos mayoritariamente, y por definición antropológica, una sociedad de machos de pelo en pecho. Las excepciones no abundan. Los conductores de yipetas último modelo que alardean del vehículo “cepillando” el asfalto y el “muchacho del delivery” que invierte la función del mofler de su motocicleta, son ejemplos de la desquiciada noción que de sí mismo tiene el dominicano.

El ruido parece tener calidades afrodisíacas para nuestro famélico ego. Sin exceptuar espacio alguno, el ruido es el cordón umbilical que nos une a una pervertida idea de la dominicanidad y es, al mismo tiempo, lazo solidario entre iguales y desiguales: cada uno acepta en el otro al ruidoso que él mismo es. En el ruido residen nuestro ser y poder.

Por eso cultivamos el bullicio con particular esmero y hacemos estremecer todos los ámbitos de la vida pública y privada. En las calles, es la llamada de atención desesperada sobre nuestra torturante insignificancia, parapeto de nuestros miedos más íntimos de pasar desapercibidos cuando sólo la mirada del otro nos corporeiza y nos confirma en las cualidades que deseamos tener. En la vida privada, el ruido es el foso que nos separa de la temida alteridad y sus inevitables cuestionamientos éticos y sus ejercicios de tolerancia. Gritamos para no oírnos y para no oír a los otros. Para no hablar, porque huimos como el Diablo a la cruz del compromiso que puede derivar de las palabras dichas para ser escuchadas.

Esto no impide, repito, que el ruidoso se sienta poderoso. Infantil falacia porque, en definitiva, el poder que cree tener no es más que una impostura, una mascarada personal y social. Es el patético exhibicionismo del débil.

El jolgorio permanente en que se han convertido nuestras vidas impide que veamos más allá de nuestras narices. El horizonte cultural e intelectual del dominicano se reduce al disfrute del alboroto, al éxtasis de la gritería. Nadie en el país, o casi nadie, se definiría a si mismo con otras cualidades que no sean “alegre”, “buen tercio”, “divertido”.

Como si fuera poco, el ruido también ha sido asumido, con vocación de engaño y como calidad intrínseca, por las actividades reputadas inteligentes. Hay ruido en la política y sus espectáculos. Hay ruido fragoroso en los medios de comunicación que, en su despliegue pantomímico, meten a diario gato por liebre a los lectores y escuchas. Hay ruido producido por los “agentes económicos” para evitar que alguien perciba el estrépito de sus espurios manejos. Hay ruido, en fin, impregnando el espacio todo de la vida dominicana.


(Publicado inicialmente en la desaparecida revista Digo, y rescatado para mi bitácora, con pequeños retoques, tras una noche de insomnio amenizada por un merengue, repetido hasta la náusea, contra el cual no valió cerrar puertas y ventanas.)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

El "maravilloso" ruido, sello indeleble de nuestra cultura, nos da la "ventaja" de la sordera física, moral, sicológica, espiritual, etc.etc.etc., para seguir sobreviviendo en esta cárcel de locos llamada República Dominicana. ¡Qué linda es mi Quisqueya!, lástima que sea ciega y sorda.
Margot qué bueno encontrarte en esta "carretera virtual". Sigue pa'lante, pero no como el país, please.
Grecia Reynoso

Anónimo dijo...

Ay! querida Margarita, los compatriotas por aca, por New York(especialmente en Washington Heights)igualito que alla.Aqui hace bulla el bodeguero, el de la barberia, todos los negocios de ropa, el vende droga que se compro su yipeta, el distribuidor con su radio de mano o en su esquina; el vecino que le dio calor en su apartamento y sale con su radio a oir musica en la calle, los choferes dominicanos del servicio publico tocan sus bocinas como desesperados porque cambio el semaforo, en fin por aca sufrimos tambien los embates de esa cultura del ruido que nos caracteriza y por la cual nos ganamos el desprecio de quienes la rechazan Asi aparecemos en el Daily News un dia de la semana bajo el siguiente titulo; "Sound and Fury (ruido y furia, como el sector con mas quejas por el ruido, 14,030 solo entre Julio 1, 2005 a Mayo 30/06. Estas fueron llamadas al 311, y eso que no contabilizaron las quejas directas a la policia. Asi somos unos malditos cultivadores de la explosion del ruido.
Dino

Anónimo dijo...

Estimada Margarita:
Tengo la ligera sensación de que el común de la gente prefiere escuchar y emitir ruidos, a través de los altavoces de sus potentes equipos, caseros o móviles, porque no soportan el silencio, les asusta estar a solas con sus pensamientos, ideas, realidades. Es que la realidad no es grata, no importa lo optimista que alguien sea. Ésta es perturbadora, necia, inoportuna e insufrible (algunas veces más que el bullicio). Total...En un país de sordas y sordos. Brunilda.

Anónimo dijo...

tata tarata tata tarata tata taratata.

"Algo de los dominicanos se aferra a esa forma preracional, mágica, ese apetito por el ruido. (Por el Ruido no por la música)"
"La Fiesta del Chivo"
Mario Vargas Llosa

El ruido no es una enfermedad es un síntoma.

La opulencia que no se estruja en las caras de los demás sirve de poco, es como tener un millón de dólares debajo del colchon sin que nadie se entere, particularmente sin que se enteren los banqueros, el supermercado, el arquitecto y el Dealer.

Por eso son los banquetes para perros, las apuestas de gallos, los caballos de paso fino, las casas de varios niveles con una extensión acuática y las yipetas. Estas últimas son los únicos instrumentos para exponer la opulencia de generación espontánea que se pueden enseñar en las calles de la modernidad. En esto son mejores que una casa.

Oreste Martinez

Anónimo dijo...

Margarita, viví casi 3 años en Dominicana. Soy argentina, y el ruido fue lo más hostil que tuve q enfrentar.En medio del ruido me hice un lugarcito para escuchar hablar a Susy Pola y a otras mujeres de las q aprendí muchisimo, pero !que calma la de la Pampa!!
Exelentes tus apuntes, y shhhh!!! bajen eso!!

Anónimo dijo...

El lema del dominicano es que “En el allante esta el pleito ganao” y creen que la efervescencia y algarabía es sinónimo de felicidad y se dan el lujo de incluirte en sus planes apropiándose de tu descanso y tu tranquilidad y si te toca un Colmadon vecino con mesa de domino incluido, estás jodido.

PD: No se como los lectores dominicanos hemos aguantado estar privado de tan noble culta, veraz y objetiva pluma. ¡! Gracias por volver a escribir ¡!

Afectos y respeto

Xiomara Caminero