martes, agosto 22, 2006

La política no es matemática


Muy pocas personas, no importa a cuál partido pertenezcan, serían capaces de negar que Milagros Ortiz Bosch es, por amplio margen, la figura perredeísta más respetada por la ciudadanía. Se lo ha ganado a pulso en una sociedad de machos irredimibles, pero también con su inteligencia y una sensibilidad inusual y diferenciadora en un país de políticos pedestres y simuladores.

Como ningún otro u otra oficiante de la política, Milagros Ortiz Bosch ha sabido construir un discurso democrático. No palabrería hueca, no actividad de mercadeo, sino pensamiento político que cree en la horizontalidad del poder, aunque no desdiga del papel de la jerarquía. Por el terreno abrasivo de la honestidad, ella pasa indemne. No tiene cola que le pisen. ¿Qué ha cometido errores? Si, los ha cometido. Pero casi siempre han estado vinculados a su lealtad al PRD. Al decir de los franceses, “il n’y a pas de roses sans épines”, y en Milagros Ortiz Bosch prevalece su historia de coherencia política y social.

Pero la política no es matemática. Y se equivocan los estrategas de Milagros Ortiz Bosch si en lugar de potenciar el porcentaje de reconocimiento ciudadano que le otorga la encuesta Hoy-Gallup, se limitan a tomar en las manos una calculadora para sumar implícitamente a su favor los porcentajes obtenidos por el resto de los aspirantes de la Corriente Unitaria.

Se equivocan porque nada asegura el transvase automático de simpatías de un aspirante a otro, ni en esta ni en ninguna otra circunstancia. Las preferencias electorales están determinadas cada vez más por factores subjetivos, cuando no por meros cálculos de rentabilidad. Y en un escenario ocupado por las disputas internas por la candidatura, ese transvase se hace más improbable.

¿Estarían los presidenciables de la Corriente Unitaria dispuestos a declinar sus aspiraciones a favor de cualquier otro de ellos con el propósito de que el PRD elija a quien consideren con mayor arraigo social y, en consecuencia, con mayores probabilidades de hacer un buen papel en las elecciones de 2008? No fue precisamente ese el ejemplo que dieron en 2004.

Una segunda equivocación de los estrategas sería hacer depender la fortaleza de Milagros Ortiz Bosch de la unidad sin fisuras con el resto de los unitarios, cuando esa fortaleza radica en su condición de avis rara de la política vernácula.

Hágase pues política y no matemática. Y en ese hacer política, póngase de relieve lo que a Milagros Ortiz Bosch le sobra: compromiso con el país y la democracia, capacidad ejecutiva, inteligencia, visión de futuro y una honestidad a toda prueba.

viernes, agosto 11, 2006

Como reses, a la feria

Aunque la palabra modernidad, repetida por los áulicos para definir las gestiones de Leonel Fernández, chirría a mis oídos desde hace tiempo, todavía no logro entender qué cosa ella designa en el contexto dominicano. Mas no me culpo de falta de entendimiento, de premeditada tozudez. Y no lo hago porque tengo la sospecha de que los neocortesanos son los primeros en no entender de qué cosa hablan. O de tropezar, y no ruborizarse, con su propia y supina ignorancia.

Hagamos una incursión nada pretenciosa en la sociogénesis del término (vade retro Unidad de Análisis). Digamos que el concepto modernidad describe el paso del feudalismo al capitalismo, hace ya cinco siglos, que produjo un viraje copernicano en la política, la economía, la sociedad y la cultura. Fue, al decir de entendidos, la rebelión del hombre (¿y la mujer?) ilustrado contra la tradición, incluida la religiosa. Una rebelión que entronizó el progreso, hijo de la razón, como proceso siempre inacabado, y lo convirtió en teleología; es decir, en causa final de la sociedad.

Modernidad fue también, en el pasado siglo XX, el nombre de esa etapa del capitalismo en expansión donde la técnica y la ciencia se convierten en referencias incontestables, pasando a formar parte de las llamadas “grandes narrativas”, junto a ideologías finalistas como el comunismo. Paradójicamente, es en su decurso cuando el Estado-nación, conquista de la primera modernidad, comienza a disolverse bajo los embates de la transnacionalización del capital y la cultura de los centros hegemónicos del poder mundial.

Desaparecidas las “grandes narrativas” históricas, el mundo occidental ya no es moderno, sino posmoderno. Y nada hay de más urticante para la conciencia desencantada de la posmodernidad que los mitos. Verbigracia, la personalidad carismática como eje de la historia.

Y porque esto es así, es por lo que temo que los cortesanos del presidente Fernández ni se enteren de que son, simple y llanamente, premodernos: promueven la promesa de la salvación a través de la “visión” del Presidente, como si fuera ella la única lógica en el escenario de la cultura política y social dominicana de esta primera década del siglo XXI.

En su afán desmedido de agradar, los cortesanos no paran mientes en los efectos de sus actuaciones, uno de los cuales es la reproducción de los vicios sociales que la modernidad, la verdadera, relegó al basurero de la Historia. Ignoran que en la sociedad dominicana concurren lógicas variadas y disímiles, proveyendo de sentido todo lo que acontece.

Tras observar la conducta de los áulicos podríamos concluir en que representan lo peor de la cultura autoritaria dominicana, la más abyecta sumisión al poder, esa que pare políticos dispuestos a pensar el país en nuestro lugar, sustituyendo la deliberación ciudadana por la voluntad del “líder”.

¿Modernos? No, cretinos deslumbrados por la apariencia de las cosas, incapaces de pensar su esencia. Tan incapaces que escogieron la Feria Ganadera para montar el espectáculo sobre los diez años de “modernidad” que nos ha regalado el padre benefactor Leonel Fernández, sin reparar en la carga simbólica del lugar.

Porque, la verdad, hay que ser reses para dejarse conducir bovinamente a pastar en la escenografía hollywoodense de la feria conmemorativa, para no percatarse de los hiatos de la memoria hoy gobernante. Para no saber, en definitiva, que el gobierno no tiene respuesta lógica a problemas tan cruciales para la modernidad como la ciudadanización de las personas, por sólo citar un dato relevante.

Entre todas las posibles preguntas, dictadas por la conciencia social, hay una que escuece más que otras la simple condición ciudadana: ¿Quién pagará el dinero invertido en la malhadada feria conmemorativa de la “visión” del nuevo Mesías? ¿Cuánto se ha gastado? Si recurrimos a la Ley de Libre Acceso a la Información, ¿alguien nos dará una respuesta satisfactoria? ¿O hasta ahí no llega nuestra “modernidad?

Volveremos sobre el tema.

domingo, agosto 06, 2006

Moralidad cosmética

Solo la laxitud cívica, ese cansancio que nace de la falta de fe en los destinos colectivos, pero también de la complicidad y el acomodamiento con lo existente, explica la tímida respuesta ciudadana a las fundadas denuncias de corrupción en áreas importantes del gobierno ocurridas en las últimas semanas. A lo sumo, critican algunos la inconsistencia entre el discurso público y la práctica concreta de funcionarios, incluido el presidente Leonel Fernández, que aún persisten en la hipocresía de levantar la moralidad como bandera política distintiva.

Y porque la respuesta es tímida, funcionarios y gobierno pueden escurrir el bulto, prometer explicaciones en fechas que no precisan, echar mano de argumentos para deficientes mentales o, como lo hizo José Joaquín Bidó Medina, diluir la responsabilidad de la Comisión Nacional de Ética y Combate a la Corrupción, que preside, en el amoroso y paternal consejo a los funcionarios de “actuar con cautela” a la hora de suscribir y discutir contratos a nombre del Estado. (Quizá fuera un lapsus línguae, pero entre "cautela" y "transparencia" puede haber, y de hecho la hay, una distancia abisal. Recuerde Bidó Medina que "cautela" es también “astuacia, maña, sutileza para engañar”, mientras que "transparencia" no admite interpretaciones equívocas.)

Sin el menor asomo de ironía, afirmo mi convencimiento en la intachable decencia personal y pública de Bidó Medina. Pero sus declaraciones respecto a las denuncias en cuestión, como las de Octavio Líster, jefe del Depreco, evidencian el valor de uso que tienen para el gobierno peledeísta las permanentes apelaciones a la ética y a los organismos creados para su promoción en el Estado.

La imputación no es graciosa. De haber real empeño en prevenir, perseguir y sancionar la corrupción, ya no la CNECC, especie de “buena voluntad incompetente”, para usar la definición de Lipovetsky, sino el Ministerio Público, que sí tiene facultades para ello, hubiera puesto en movimiento la acción pública contra aquellos a quienes el rumor señala como responsables de delitos de corrupción.

Pero en lugar de actuar, en las instancias encargadas de aplicar la ley Pilatos se multiplica como esporas. En el agitado y multitudinario lavado de manos, la impunidad campa por su respeto, mientras la “ética” gubernamental hace de súcubo.